Miro para todos lados y veo un pueblo sin vida.Sus habitantes son a su vez, sigilosos y temerosos. No sé si el día gris influye pero hasta sus casas son oscuras, las paredes también grises, emparejan con el día y el silencio reinante asusta, -pienso mientras avanzo por el camino.Ya desde el siglo XIV, según he escuchado, vivían asustados, con miedo y sin posibilidades en esa época, de irse a otro lado, dado sus pocos recursos. Al caer el sol, cerraban sus puertas y ventanas herméticamente, por miedo a recibir “su” visita.Con el paso de los siglos en este pueblo sin tiempo, aún hoy día, temen su regreso y no quieren que, ni se lo nombren, ya que según el mito… prometió volver.Cuando fui enviado como cura a la Iglesia de este pueblo con la misión de restaurarla, de lograr que los aldeanos concurran a misa y tratar de quebrar esa poderosa leyenda, que aún en los albores del siglo XX continúa y los doblega, no pensé que la encontraría totalmente abandonada y como a la espera de que alguien le quite la maldición dejada por “él” hace más de 400 años… cuando la profanó.
En ese momento mientras vengo llegando con mi valija en una mano y mi sombrero en la otra, se acerca un habitante, presuroso toma mi mano para besarla logrando que se caiga el sombrero que sujetaba, mientras me inclino para levantarlo, siento que me dice:-¡Mire padre! –señalando hacia arriba-. Levanto mi vista y el fuerte sol que se encuentra ya casi ocultándose hace que los cierre de golpe. Me cubro con la mano para mirar hacia el lugar señalado y veo como la sombra de “su castillo” imponente en la cima de la colina, se proyecta cubriendo casi por completo la Iglesia… dejándola más sombría que todo el pueblo en sí. Ahí tomé conciencia.Había llegado a Transilvania.
En ese momento mientras vengo llegando con mi valija en una mano y mi sombrero en la otra, se acerca un habitante, presuroso toma mi mano para besarla logrando que se caiga el sombrero que sujetaba, mientras me inclino para levantarlo, siento que me dice:-¡Mire padre! –señalando hacia arriba-. Levanto mi vista y el fuerte sol que se encuentra ya casi ocultándose hace que los cierre de golpe. Me cubro con la mano para mirar hacia el lugar señalado y veo como la sombra de “su castillo” imponente en la cima de la colina, se proyecta cubriendo casi por completo la Iglesia… dejándola más sombría que todo el pueblo en sí. Ahí tomé conciencia.Había llegado a Transilvania.
1 comentario:
Mónica, me parece muy bien escrito, supongo que continua...parece el principio de una novela gotica
Jesús
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