Una moderna madame Bovary israelí. Así se ha llegado a definir a Jana, la protagonista absoluta de la novela del escritor Amos Oz (Jerusalén, 1939), galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Una obra en la que la voz femenina es la que nos conduce por un mundo de miedos, inseguridades, fantasías, deseos, sentimientos y emociones.
"Escribo porque las personas a las que amaba han muerto. Escribo porque cuando era niña tenía una gran capacidad de amar y ahora esa capacidad de amar está muriendo. No quiero morir."
Entre el autor y su personaje, se establece una relación de simbiosis y de mimesis que resulta sorprendente, ya que no es habitual que un hombre consiga adentrarse tan profundamente y con tanto acierto, en lo más profundo del alma femenina, un mundo al que el común de los hombres rara vez consigue siquiera vislumbrar en la lejanía.
No sabemos por qué Jana decide casarse con Mijael, un estudiante pobre de Geología, ya que son dos personas totalmente opuestas, o tal vez precisamente por eso. El matrimonio, los convencionalismos sociales, terminan por convertirse en algo totalmente insoportable para ella, y sólo encuentra refugio en su mundo interior, en unas fantasías en las que ella es una reina capaz de someter, y en la que dos gemelos de nombres árabes forman parte de sus fantasías sexuales y de sus pesadillas. Cuando ya nada de eso sea posible, optará por el recurso a la enfermedad.
Mijael es un hombre responsable, considerado con los que le rodean y un tanto frío y despasionado, mientras que Jana alberga en su interior una fuerza y una rica imaginación, que a veces estalla en accesos de fuerte vehemencia, todo lo cual, contrasta vivamente con la rutina de su vida diaria. Una madre que no es capaz de sentir amor hacia su hijo, Yair, un pequeño metódico, lógico e independiente, mientras coloca al borde del abismo a un poeta adolescente, y sus fantasías sexuales adquieren la forma de unos gemelos.
La ruina emocional en la que se convierte la vida de Jana, queda enmarcada en el paisaje urbano de una Jerusalén que está en transformación, y en la que todavía son apreciables las ruinas sin casa huellas de los acontecimientos bélicos que habían tenido a la ciudad dividida por escenario. Jana mantiene a lo largo de toda la novela una lucha que parece irresoluble, en la que no puede haber ni vencedores ni vencidos (¿recreación simbólica del eterno conflicto entre israelíes y palestinos?), en una lucha que se plantea sin esperanza y en la que la sensación de vacío termina por imponerse.
"Cuando pasamos cerca del patio de la guardería de Sara Zeldin, le conté a Mijael que trabajaba allí. ¿Soy una maestra severa? Él cree que debe ser una maestra severa. ¿Por qué lo cree? No lo sabe. Es como un niño, digo yo, que empieza a decir algo y no sabe cómo terminar. Expresa una opinión y no es capaz de sostenerla. Igual que un niño.
Mijael sonrió.
De uno de los patios, en la esquina de la calle Malaquías, salieron chillidos de gatos. Eran gritos fuertes, histéricos. Luego oímos dos gemidos ahogados, y al final un llanto monótono, débil, rendido, como de resignación y desesperanza.
Un llanto perdido."
Para contarnos todo eso y mucho más, Oz recurre a una prosa sencilla, de gran eficacia a la que nada le sobra, con descripciones de un gran detalle, capaz de pararse en cosas muy pequeñas y de diseccionar con precisión de entomólogo la naturaleza humana, especialmente la de Jana, que es de una enorme riqueza.
2 comentarios:
Solo las novelas nos permiten viajar a mundos interiores y exteriores que de otro modo nunca conoceriamos.
Esta viaja a unos interiores que a los hombres se nos escapan y mucho, como son los de las mujeres. Muy bien escrita, es una novela totalmente reconmedable.
Un saludo!
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